La mitad de los encuestados creen que los humanos y los dinosaurios coexistieron.
Un tercio de las mujeres creen que el Sol orbita la Tierra.
La mitad de los hombres creen que los antibióticos son efectivos contra los virus.
La mita de los encuestados piensa que dios creó a los humanos en su forma actual hace 10 mil años.
Como en todo, la educación básica es crucial. ¿Se educa bien en las ciencias a los niños? No todo lo bien que sería posible, o eso opinan George Charpak (Premio Nobel de Física 1992) y León Lederman (Premio Nobel de Física 1988), autores del artículo Educación científica moderna publicado en La Nación (y visto en Libro de Notas). En un ejercicio de autocrítica poco común, echan parte de la culpa a los propios científicos e ingenieros.
«En verdad, si las ciencias reciben un apoyo insuficiente, podemos achacarlo con toda equidad a los científicos y los ingenieros. La ciencia puede enriquecernos y hacernos más sanos. Pero nosotros, los científicos, somos reacios a hablar de nuestra pasión por lo que hacemos, de la alegría con que trabajamos».
«La ciencia es la única cultura universal. Si hubiese vida humana en las lunas de Júpiter, ellos compartirían, en general, los mismos principios científicos. Hoy, nuestro planeta enfrenta una nueva amenaza contra la civilización a la que, precisamente, pertenece la ciencia. Nos referimos a la amenaza del fundamentalismo y la ignorancia en que éste se basa. La fomentan el desamparo, la desesperanza y la distorsión de las creencias religiosas».
No todos los científicos trabajan tan felices como quiseran, especialmente en España, donde los becarios pueden llegar a la crisis de los cuarenta sin haber cotizado a la Seguridad Social. Como trabajo, para muchos de ellos es una pérdida de tiempo salir del laboratorio a contarle a los niños por qué hacen lo que hacen: no reciben ningún mérito adicional a cambio. Y, bueno, dependiendo de la edad de los niños, puede ser un sufrimiento compartido (algo que ya tratamos en Ciencias, letras o educación). Sin embargo, observo que muchos científicos entienden que la divulgación es una forma de obtener fondos, puesto que quienes toman decisiones son los políticos.
Aún así, no solo encuestas como la de la NSF, sino la creciente desocupación científica de nuestras universidades debería servir de preocupante alarma social. Nuestra sociedad cabalga a lomos de la ciencia y la tecnología. Entenderla y fomentarla no es sólo una cuestión económica, sino social y cultural.