Las evidencias más antiguas del uso del fuego por parte del Homo Erectus datan de hace 1,5 millones de años, en Kenia y Etiopía, aunque se han encontrado restos arqueológicos de hace 1,2 millones de años en Francia. También hay evidencias del uso del fuego en Italia, Francia, Hungría y China hace medio millón de años.
No es difícil imaginar que los primeros homínidos jugaron con el fuego creado en las tormentas. Con el tiempo, aprenderían a darle uso práctico, más allá del calorífico: mejoró la dieta, al inventarse la cocina; favoreció la vida en grupo, en especial la nocturna, que giraría entorno a las hogueras; aumentó la seguridad frente a los depredadores, que huyen de las llamas; los inviernos se hicieron más llevaderos; con cierta libertad sobre las tareas dedicadas a la sola supervivencia, apareció el ocio, pudiendo ahora dedicar tiempo al desarrollo social e intelectual. El fuego, por tanto, mejoró sensiblemente la calidad de vida de nuestros antepasados pero, a la vez, se volvieron terriblemente dependientes de esta fuente energética. El fuego, como el Sol, es la vida.
Quizás es en este momento de la evolución cuando se nos imprime nuestro encanto innato por las hogueras. De forma universal, las llamas nos hipnotizan con su danza y se nos hace difícil apartar la vista de ellas.
Jean Jacques Annaud, el director de El nombre de la rosa, retrató esta época de la prehistoria en En busca del fuego. La película relata cómo un trío de guerreros neandertales, hace 80 mil años, busca desesperadamente un fuego natural para poder llevar una llama de vuelta a su tribu.
Aunque en un primer momento el fuego será tan sólo un medio, con el desarrollo intelectual -no sé si más pronto que tarde- al fuego se le atribuiría un carácter simbólico y el la tarea de mantener la llama viva pasaría a ser un objetivo en sí mismo, un ritual místico y religioso.
Así, algunos eones más tarde, llegaría el mito de Prometeo. Y, poco después, el ritual de la llama de los juegos olímpicos modernos. Sin embargo, nuestra percepción actual del fuego es diferente: se trata de un elemento destructor, origen de incendios que devastan hogares y bosques.
La llama eterna es una quimera. El amor de nuestros corazones solo calientan durante unas pocas décadas, nuestra civilización quizás desaparezca en unos cuantos cientos, miles o millones de años. Luego, la estrella que ahora enciende la antorcha en el Monte Olimpo dejará de brillar, dentro de cinco mil millones de años. Y, mientras el universo se hace infinitamente más grande, las estrellas y las galaxias se irán apagando, una a una.
El futuro, a decir de los cosmólogos, será un crudo y eterno invierno cósmico.
"Quizás es en este momento de la evolución cuando se nos imprime nuestro encanto innato por las hogueras. De forma universal, las llamas nos hipnotizan con su danza y se nos hace difícil apartar la vista de ellas."
bueno, yo tengo mi propia teoria sobre el encandilamiento que produce el fuego en nosotros, y es mas bien el caos. Lo que nos atrae del fuego, yo creo, es el movimiento inpredecible, igual que del fuego podemos hablar del humo que tambien se mueve de identica manera. Es el hecho de no poder predecir en que se transformara durante el proximo segundo lo que secuestra nuestra atencion. No se si alguien ha formulado ya esta teoria con anterioridad, pero no me extrañaria ya que la mayoria de las veces que pienso sobre algo acabo descubriendo que alguien antes que yo tambien llego a esa conclusion.
sin tildes: Pero sería difícil explicar la atracción por el movimiento desde el punto de vista evolutivo. Mi intuición (pseudo-antropológica, claro) es que la atracción por el fuego da ventaja sobre los que lo ignoran. O quizás sólo nos atraiga como fuente de calor.
Ésta me la había perdido, Sr. Rvr. ¿Puede darme alguna referencia acerca de esos fuegos de hace 1,5 y 1,2 millones de años (¿seguro que eran erectus, a todo esto?)?. Conozco las de 0,5 millones, pero ninguna más antigua con seguridad. Lo cierto es que tampoco sigo el asunto al día, por lo que le agradecería que me pusiese algún enlace (o lo que sea) al respecto.
En cuanto al papel central del fuego en el desarrollo de las sociedades, plenamente de acuerdo. Hasta el punto de que el hogar, ese centro en el que uno se encuentra con lo más íntimo de sí mismo y de los suyos, no es tanto la casa cuanto el lugar en el que se hace la hoguera en la que arde el fuego.